Desde hace 30 años cada 1 de octubre celebramos el Día Internacional de las Personas de Edad, esas personas que nos dieron la vida y que han desempeñaron un papel tan importante en el avance y la consolidación de la sociedad que hoy tenemos. Padres, madres, abuelas y abuelos que siguen siendo fundamentales para sustentar con sus pensiones a las generaciones siguientes en los momentos más difíciles y que hoy no tienen demasiado que celebrar. Según los pocos datos oficiales disponibles, más de 20.000 personas mayores han fallecido en España por la COVID-19, y 1.380 de ellas solo en las residencias de mayores de Castilla-La Mancha.
España es un país con cultura mediterránea donde el mundo de los cuidados ya sea a nuestros mayores, menores o demás dependientes, ha estado reservado exclusivamente a las mujeres y se ha desarrollado en sus entornos familiares y privados. Pero ellas empezaron a salir a trabajos fuera del hogar como el resto de miembros de la unidad familiar mientras, por otra parte, el envejecimiento de nuestra población se acentuaba, por lo que fue necesario un cambio para evitar el olvido y la soledad de nuestros mayores.
En 2010 la Ley de Dependencia estableció una regulación necesaria del cuidado a nuestros mayores y generó unas expectativas que, por un lado eran esperanzadoras porque presumían fomentar empleo en zonas rurales (curioso ahora que está de moda hablar de despoblación) y, por otro, eran visión de negocio de muchas empresas que provenían del mundo del ladrillo y se reconvirtieron al mundo de los cuidados de la noche a la mañana. Verían el maná; a algún empresario se le apareció el símbolo del dólar como al tío gilito en las retinas. Las expectativas se cumplieron a medias. La Ley se quedó coja al no seguir regulando a nivel autonómico para asentar las declaraciones de intenciones y los recortes desde el RD 20/2012 mermaron las prestaciones y taponaron las valoraciones.
Desde hace unos años, quienes nos dedicamos a cuidar a los mayores venimos escuchando una música del norte y centro de Europa que habla de nuevos modelos de gestión de la dependencia, la famosa Atención Centrada en la Persona que la COVID-19 se ha llevado por delante sin dejarnos saborearla ni un poquito. Estos modelos se han ido adoptando por las administraciones ya que, empresas y asociaciones con mucho ánimo de lucro se hicieron la gira por todas las CCAA vendiendo su implantación, y según lo vendían sonaba muy bien, pero los que llevamos años ya en este sector nos preguntamos: ¿No era lo que hacíamos antes con nuestros mayores?, ¿no era así como los cuidábamos antes en las residencias y centros de mayores? Claro que sí. Pero en su momento era imperativo protocolizar todo, algo que nos llevó a prestar una atención fría y distante. Ahora toca cambiar, toca escuchar a los mayores y que nos transmitan como quieren que les cuidemos; somos las organizaciones las que tenemos que adaptarnos a sus preferencias y gustos, esa es la esencia de la Atención Centrada en la Persona.
Actualmente cuidamos a nuestros mayores bien en sus hogares cuando aún pueden continuar con sus tareas cotidianas apoyadas por los servicios de ayuda a domicilio, o en los centros residenciales, donde se les dan unos cuidados integrales potenciando los sociosanitarios y sanitarios. En el caso de las residencias, esta pandemia ha evidenciado una cobertura manifiestamente débil que conviene auditar y rediseñar si queremos dejar de cometer los mismos errores.
El trabajo de cuidados sigue siendo hoy en día un sector feminizado donde más del 90% de las personas que nos dedicamos a él son mujeres y, ante todo, son profesionales con vocación, porque es imposible dedicarse a cuidar sin ella. El estado de ánimo de la profesional influye directamente en el desarrollo de su actividad, en el cuidado que presta a las personas. Y el ánimo es difícil de mantener con un convenio colectivo estatal obsoleto que desprofesionaliza el sector y que es perverso porque imposibilita la conciliación de la vida familiar y laboral. En sus últimas modificaciones crea la figura de las chicas para todo y fomenta la rotación de profesionales poniendo todas las trabas posibles a esa escucha y atención personalizada de la que tanta gala se hace en los discursos. Si no cuidamos a quienes cuidan a nuestros mayores dejamos, indirectamente, de cuidarlos a ellos.
Si las administraciones no se arremangan y cogen el toro por los cuernos la tendencia del sector es desoladora. La COVID-19 nos ha dado un toque y nos ha demostrado que no podemos continuar con un sistema que se sostiene por dos hilos. Las administraciones deben ser las garantes de unos cuidados de calidad; deben velar porque el mundo de los cuidados no sea una actividad puramente mercantil; para que se mantengan los empleos que este sector genera sobre todo en el entorno rural; y para que las condiciones laborales de quienes cuidan a nuestros mayores sean dignas. Los cuidados de calidad a nuestros mayores son un derecho que se han ganado durante toda su vida y no podemos mirar hacia otro lado.
Luis Manuel Monforte, responsable del sector Sociosanitario de FeSP UGT CLM